lunes, 30 de agosto de 2010

Grateful Dead

Es una pregunta que me han hecho, que nos han hecho, miles de veces: ¿cuál es tu plato favorito? Y la respuesta es invariablemente la misma: Cualquiera. Cualquiera, claro está, que esté bien ideado, mejor ejecutado y todavía mejor realizado, que es la conjunción de las dos anteriores premisas. Un plato que emocione, que divierta y que te haga flotar de satisfacción, que sea como una una especie de levitación que te hace desprenderte de todos los anclajes que te someten. En su Tartufo, Moliérè hace decir a Orgón, cautivado por la labia y el proceder del beato que se le coló por las puertas: "... si le conociérais, quedaríais hechizado y vuestro embeleso no tendría fin... Quien sigue sus enseñanzas goza de una paz profunda y todos los demás son como cieno... Él me enseña a desprenderme de todo afecto, aleja mi alma de toda amistad, y podría ver morir a mi hermano, hijos, madre y esposa, sin que de ello se me diera nada". Es esta, la que Moliérè por boca de Orgón definía tan certeramente, la misma muerte agradecida que encontraron los componentes del grupo homónimo, los Grateful Dead, en tiempos que se llamaron de psicodelia y que estuvieron inundados de LSD, una droga curiosamente retirada de los mercados y vaya usted a saber por qué. Desde luego el mercado está repleto, en abundancia y variedad, como cualquier persona medianamente avisada sabe, sobre todo en un país como España, el mayor consumidor per capita de cocaina del planeta Tierra. Triste récord, en verdad. Está repleto de basuras, pero el LSD hizo mutis por el foro. No sería muy conveniente abrir la mente de los paisanos, digo yo. Figúrense en un país tan adicto como España, con todo el personal de testa débilmente amueblada, la que se podría liar.
Pues este placer inmenso, esta muerte agradecida, es la que siento con un plato, como decía, bien ideado, ejecutado y realizado. Ejemplos hay miles y miles, más que imbéciles sobre la faz de la Tierra, que ya es decir, así que os pondré de ejemplo lo que hice ayer mismo, un delirante
Cordero con reducción de sus propios jugos a la miel.- Como no sabía cómo llamarle, he recurrido a la prosa poética culinaria. Tomamos una pata de cordero y la ponemos en una fuente de horno con una cebolla picada, tres o cuatro dientes de ajo también picados, jengibre seco rallado, pimienta de cayena molida, cominos majados, azafrán majado también, junto a los cominos y con un poco de sal, canela molida, pimienta y sal. Todo esto al gusto de cada cual, pero como referencia, aquí el menda le puso por ejemplo una cucharadita pequeña, de las de moka, de cayena, de cominos, de jengibre y también de canela. La pata se hace brillar con un hilo de aceite de oliva virgen extra, y se le echa por encima la mezcla de todo lo anterior. Se tendrá en el horno precalentado a 200º como unos diez minutos. Entonces se saca la bandeja del horno y se añade un vaso grande de agua. Otra vez al horno un cuarto de hora. Y ahora la sacamos y la dejamos enfriar.
Se deja enfriar no por nada, sino porque no hay necesidad de quemarse las manos. Cuando está a temperatura adecuada, tomamos la pata y la deshuesamos con paciencia y tino. Todo lo que estaba en la bandeja del horno lo pasamos al vaso de la minipimer, añadimos un poquito de vino blanco a lo que se haya quedado adherido, rascamos con una cuchara de madera y todo al vaso. Le metemos caña y procuramos que todo quede homogéneo. A la cazuela con todo ello y a reducir. Cuando está casi reducido y la salsa está empezando a tomar consistencia, añadimos una o dos cucharadas de miel, según cantidad de salsa que hayamos obtenido, y se acabó. Dejamos espesar la salsa, que deberá quedar con un color ámbar oscuro y brillante, además de espesa. Los trozos de cordero se disponen en otra bandeja de horno, ahora más pequeña si queremos, y le ponemos por encima unos botoncitos de mantequilla, para hornear y que se queden crocantes por el exterior y en su punto en el interior. Se sirve más o menos como se ve en la imagen, napados con la salsa y adornados con culantro o perejil y unas hojas de rosa recién cortada. Probadlo y luego me contáis.

5 comentarios:

aceitunasyestrellas dijo...

Bernardo te confirmo que mañana estaré alli a la hora indicada.
Que buena tu nueva entrada...tu amigo Pablo Carbonell dedica su disco "aceitunas y estrellas" literalmente :
"al LSD al que tanto le debo"
Dicen que para que haya arte,para que haya algún hacer y contemplar estéticos,resulta indispensable una condición fisiológica previa,la embriaguez.
Abrazos maestro

X dijo...

Esto voy a intentar hacerlo, aunque de la mariconada de la rosa pasando, mire usted.

No cogé ventaja, ¡miarma! dijo...

¿Y si lle añadimos unas gotitas de vinagre, que me dices?
Yo he hecho varias veces cordero a la miel y siempre le he puesto esas gotitas. Es un consejo que me dieron en el Caballo Rojo de Córdoba que es dónde mejor he comido el cordero.
Un abrazo

Bernardo Romero dijo...

No sé lo que dirán, pero desde luego cualquier tipo de droga es absolutamente incompatible con la creación. Eso es así. Mañana nos vemos.
Mi querido y admirado X, los pétalos dan el contrapunto de color. Hoy a la hora del almuerzo me hicieron el mismo comentario: ¿Y esta mariconada también hay que comérsela? Los pétalos sólo los comí yo. Qué se le va a hacer.
Rafael, yo creo sinceramente que no. Pero todo es probar. A otras salsas, puede, pero a esta que tiene un punto dulce y muy especiado, creo que no.
Abrazos per tutti.

Juanjo Mata dijo...

Bueno. Hoy es uno de esos días en los que está usté sembrao, maestro: no sé si es mejor la receta o el resto de la entrada. Aunque en lo de la mariconada coincido con X,...además, no te pega, coño.

Abrazo.