martes, 13 de enero de 2015

Seguimos sin grasas

Una receta de rechupete, plena de sabor y del mismo Méjico lindo y querido. Sin picantes curiosamente. Es una manera de hacer los frijoles, las alubias pintas, que permite hacer luego muchos platos con lo que quede, por ejemplo burritos o tacos de frijoles, pero vamos a lo que vamos, que es una estupenda cazuela de
Frijoles mejicanos.- Se pondrán en remojo las alubias y a continuación se pondrán a cocer con una hoja de laurel y cubiertas un par de centímetros de agua. Mientras que cuecen hacemos un refrito con cebolla, pimientos rojos y verdes,  tomates maduros pelados y sin simientes, zanahorias y si queréis otra verdura pues también, pero con esas es suficiente. Cuando las alubias estén casi tiernas se añade el refrito, sal, pimienta, orégano, cominos molidos y cilantro que llaman por ahí y culantro en algunas partes de México, de Perú y aquí en el mismo Huelva. Por fin añadimos sal, pimienta, un chorreón generoso de vinagre y medio vaso de vino blanco más o menos. Ea, pues ya está, más fácil imposible. Deben quedar caldositos, pero con un caldo espesito como el que se puede vislumbrar en la fotografía. Es bueno tomar algunos frijoles o alubias y espachurrarlas con algo de caldo y volver a introducirlas en la cazuela para que se termine de hacer el guiso.
Nota: Me decían los niños que en lugar de pan habría sido acompañarlas con unos nachos, y no les falta razón.

sábado, 10 de enero de 2015

Verduritas para después de la tormenta

Se acabaron las fiestas y es menester reponer energías pero no kilos. Aquí va una idea divertida.
Tagliatelli con verduras en salsa teriyaqui. Es bien fácil, la pasta se cuece solo con sal y las verduras se cortan en bastoncitos y luego se saltean en aceite de oliva (nada de aceite de sésamo ni girasol ni nada de eso, de oliva y virgen extra, que para eso nosotros lo tenemos). Se une la pasta con la verdura y se añade la salsa teriyaki que no tiene que estar ni reducida ni nada, sino sólo mezclados los ingredientes en el vaso de la batidora eléctrica según las siguientes proporciones: un bote de salsa de soja (150cl), dos dientes de ajo, algo así como cuatro cucharadas soperas de vinagre de vino (nada de vinagre de arroz, de vino y si es de Telesforo, pues mejor), cuatro cucharadas de azúcar moreno, una cucharada de jengibre seco rallado y una mezcla de harina de maíz con agua para espesar mínimamente el invento. Ea, pues ya está. Cuando estáis salteando todo junto, la pasta y las verduras (zanahoria, pimiento rojo, pimiento verde, cebolla o lo que os salga del alma), pues añadís la salsa teriyaqui y a juí.

martes, 6 de enero de 2015

Con lo que hay


Con lo que hay. Así me explicó el Pedrote Marín la mejor manera de cocinar una liebre. La traía trincada por ese curioso nudo que le hacen ayudándose de los huesos de las patas traseras, la colgó en el perchero de la entrada y dijo que ese día arroz con liebre. No dijo más. Dejó la escopeta y los atalajes cananeos en un rincón, se fue a mear que se venía meando el hombre, y se lavó las manos antes de mterse en la cocina. Dejé en el sofá la última vuelta de tuerca que Scheler le dio a la fenomenología de Husserl, que me tenía la cabeza loca, y entré en la cocina por si era necesario echar una mano. No hacía falta me dijo el Pedrote, que para lo que en él era habitual ese día estaba muy hablador. Me quedé allí, con las manos en los bolsillos mirando cómo troceaba unas verduras y fue entonces cuando cometí la imprudencia de preguntarle por el modo en que iba a cocinar la liebre, Que con arroz y que si estaba sordo, resolvió el cazador. Luego me señaló la puerta y me ordenó que trajera la liebre, cuando volví a entrar en la cocina con el animal en la mano, me miró, dejó de trocear las verduras y me señaló suavemente con el cuchillo el fregadero. Que a qué estaba esperando. Hube de destripar la liebre, con cuidado niño, me decía, que le sacara el corazón, los riñones y el hígado, luego inicié con cierta torpeza el proceso de desollarla, pero ahí debía estar mirándome de reojo, pues en cuento inicié el proceso que yo veía harto complicado, me quitó el animal y con unas manos enormes y encallecidas por una vida rural y campera como la suiya, el Pedrote despojó a la liebre de sus vestiduras en cuestión de segundos. Fue visto y no visto. Sorprendido aún por la agilidad y premura con que la había desollado, pude observar atónito cómo la troceó con limpieza y tino. Echó a un lado la liebre ya lista para la elaboración, y entonces cometí de nuevo la insistente imprudencia de preguntar que cómo se hacía la liebre. El Pedrote Marín me miró de arriba abajo, me preguntó que si era tonto o qué y me dijo que cómo quería que hiciera la liebre, pues con lo que hay, con qué quieres que la haga, respondió con un mal humor sólo aparente.
Salí de la cocina, recogí del sofá a Scheler que estaba acercándose a los eternos valores del hombre y de Dios, a punto ya de sublimar lo puramente vital partiendo de lo espiritual. Acerqué un sillón a la chimenea y estuve entretenido en la danza de las sombras y las llamas. Un rato después me llegaba el aroma del tomillo y el romero confundido con las verduras y el olor de la carne de liebre empezando a dorarse en un asador al lado justo del caldero donde Pedrote Marín, estaba haciendo un arroz con liebre con lo que había.
Que yo sepa el Pedrote sólo entraba en la iglesia para cumplir con los entierros y en alguna boda, aunque lo normal es que se quedara a la entrada, en un banco de madera bajo los plátanos, con las manos cruzadas sobre las rodillas y mirando al suelo. Esperando. Pero el día del arroz con liebre, como todos los días, el Pedrote, tan bruto como sabio que era, se persignaba antes de comer y musitaba algo que nadie entendía pero que todos respondíamos con precisión, amén. Scheler, el Nietzsche que un día se hizo católico, asió los valores del hombre para ayudarnos a entender un mundo cuya construcción sólo ha podido ser obra de un Dios grandioso y sencillo. Pero nos mostró también la fuerza de los instintos del hombre como único asidero en el largo camino por encontrar la luz entre las tinieblas. La victoria, el encuentro con ese Dios bueno que el hombre en su proceloso caminar tiene tan abandonado.
Arroz con liebre. Limpia y troceada, se salpimenta la liebre y se asa hasta dorarla mínimamente. En un caldero amplio se hará un sofrito con las verduras que a cada cual le salga del alma (el de la foto lo he hecho con cebollas, ajos, pimiento, apio y tomate). Se ponen los trozos de liebre asados sobre el refrito, se añade pimentón, azafrán majado con sal, tomillo y romero y se mezcla todo. Cubrir con vino blanco y esperar a que esté casi evaporado para echar el arroz, dar unas vueltas, y añadir agua suficiente (proporción de dos y medio a uno para que salga caldosito).
Aunque se haga con vino blanco, creo que es mejor acompañar este plato de un tinto clásico de Rioja. Ya lo ven, frente a la razón práctica de Kant encontramos la ética de Scheler fundamentada en las emociones, que son en última instancia, pienso yo, lo que dicta el sentido común y la experiencia, pero eso sí, pasadas por el cedazo de los sentimientos. Somos, sabemos que existimos. Algo de eso debe haber en nuestra manera de ver y vivir este tránsito esencial. El Pedrote Marín lo resumió haciendo una liebre con arroz y con lo que había. De ahí extrajo la razón sentimental de nuestras existencias, que al fin y al cabo son eso, experiencias colmadas de sentimientos, sólo eso. Desde luego, aquel aroma tan exquisitamente especiado, lo inundó todo.