miércoles, 29 de julio de 2009

Las Colombinas

























Las fotos, como siempre, no son muy allá, pero en esta se aprecia al menos, en el interior del almirez de madera, la textura que tienen las especias al final del triturado. En el bol está ya el pollo macerando con las especias y una mijita de aceite.






Son las fiestas de mi pueblo. De Huelva. Empiezan hoy y me apetecía ir, pero Lolita trabaja mañana muy temprano, así que celebramos las Colombinas en casa. Ella, Manolete y yo. Ponche y pinchitos morunos. Pusimos el transistor a todo volúmen, el picú este moderno de los cedés también a todo trapo y el televisor para terminar de marear la perdiz y dar ambiente como de feria. De vez en cuando la Lola hacía como si fuera el de la tómbola y yo con un plumero era el tio del tren de la bruja. Así que Colombinas y sin salir de casa.
Del ponche ya os conté el otro día algunos detallitos y a los pinchitos creo que ya les he dedicado alguna página (por cierto ¿el Pincho Moruno, donde andará?), lo cual no obsta para que os dé cuenta de lo que hice esta tarde, preparar mi propia mezcla de especias, mi propio Ras el hanout (árabe = lo mejor de la tienda) y hacerme mis pinchitos personalizados o tuneados, como se dice ahora.
En realidad no hay una receta concreta del Ras el hanout, en el cual pueden intervenir desde cinco o seis hasta cuarenta especias distintas. Así que lo que hice fue ponerme delante del especiero e ir sacando las que me parecían más oportunas y que luego os cuento, aunque tampoco puedo jurar que me acuerde exactamente de lo que hice esta tarde, pero lo que sí es seguro es que me salieron estupentos los pinchos haciendo esta
receta de Pinchos morunos (con mi particular Ras el hanout).- Bueno, a ver si nos vamos acordando. En primer lugar metí en la picadora un poco de sal, pimienta en grano, culantro (o cilantro como lo llamáis los que no sois de Huelva) también en grano y anís. El anís, también en grano, no me seáis catetos y vayais a ponerle una copita de Marie Brizard. De anís, muy poco, menos que de culantro y pimienta, y por supuesto menos que de cominos, que también le puse. A ver, a ver... Ah y un poco de jengibre rallado, cúrcuma por lo del color, pimentón dulce, tres o cuatro, que no me acuerdo bien, pimientas de cayena, orégano... Espérate un momento que me voy a la cocina y me pongo a ver los botes y me acuerdo de algo más... Ya estoy aquí, sí, que le puse también un poco de canela, un clavo sólo y nuez moscada. Quede claro que esto es lo que yo piqué primero y majé después en el almirez, pero que cada cual podrá poner lo que quiera, por ejemplo cardamomo y alcaravea deben de ir muy bien, pero como yo no tenía, pues no lo puse.
En fin, que como tampoco tenía cordero, que habría sido lo propio, pues saqué del frigorífico unas pechugas de pollo que había comprado para otra cosa, las troceé y las embadurné con esta mezcla de especias. Por cierto, ya hemos cenado y hace media hora que me comí el postre, las manos me las lavé siete veces, y después de cenar otras cuantas más, pues bien, todavía me huelen a pinchito, con lo cual os quiero decir que cuidadito, sobre todo si después de macerar el pollo tenéis una cita con una chavala, o con un chaval, depende.
Bueno, termino, que me enrollo y no termino nunca. Que quería deciros también que le puse un poco de aceite al pollo por dos razones fundamentales, una para que las especias se adhirieran bien, y otra más fundamental aún, para que no me quedara después más seco que el ojo de Maillo.
Luego a las brasas, con un poquito de sal por encima si le pusimos poco o entendemos que le pusimos poco, que es como queda mejor y como lo hacen en las Colombinas, que todo viene por lo mismo. Como se puede observar en la fotografía superior, utilicé un plato de esos grandísimos para poner una ensalada simplísima de lechuga aliñada con sal y limón solamente, y sobre ella los pinchos, con cada brocheta de su padre y de su madre, pero no por cuestiones artísticas, sino porque es lo que tengo, que cada vez que preparo algo de esto para una barbacoa en casa de alguien, pues allí que se quedan las brochetas, y estoy que no gano para alambritos.
Bueno, qué más os iba a decir... Ah, nada, que hagáis cada uno vuestra mezcla, vuestro Ras el hanout y que os salga como a mí me salieron los pinchitos morunos, la verdad sea dicha de paso, la mar de ricos.

martes, 28 de julio de 2009

Aclaración a la entrada anterior

Disculpen vuesas mercedes, pero creo que no quedó muy claro lo que aparece en la fotografía de la entrada anterior. Verán, se trata de una pastela magrebí, norteafricana o andalusí, que se hace del modo que se explica en este mismo blog (pastel de perdiz creo que le llamé). En cuanto a la forma, sencillamente en lugar de envolver la pastela en hojas de pasta filo del modo habitual, la envolví en la forma que se aprecia (con dificultad, creo que me tendré que comprar otra cámara de fotos) a la izquierda, es decir formando una especie de canuto y dentro el cordero y los jugos de su cocción mezclados con huevos batidos, excepto un poco que aparté para remojar el cuscus este que venden ahora precocido por todos lados (hace doce años o te traías el cuscus de Marruecos o te lo traías de Francia, pero por aquí no se encontraba ni para atrás). El resto creo que es evidente, con más hojas filo hice un crocante de canela y azúcar glas, y las almendras las tosté y las distribuí artísticamente. También utilicé sésamo, que en todo caso forma parte de la decoración de una pastela tradicional. Todo está en una gama cromática que creo bastante elegante. El color rojo del pimentón, extraño a esta composición, juega sólo un papel estético o plástico, pero es necesario al cerrar una composición que ya no se cae, sino que se equilibra.
Como también podréis observar, se sirve directamente sobre el mantel y se come, como es normal, a pellizcones y con las manos.
Esta que se ve en la imagen, cayó junto a una botella de manzanilla La Guita (que Mahoma nos perdone) y la culminamos con unos pastelillos de Gloria que estaban para morir, pero no para morir por Dios, por la patria ni por el rey, sino para morirse de auténtica felicidad, celestial en este caso y que Dios nos perdone también.

domingo, 26 de julio de 2009

Es lo que hay


Esto es lo que hay. Pastela de cordero con cuscus de pasas y almendras.
Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua de los cojones, Borracho: ebrio, y cuando buscas ebrio dice que poseido con vehemencia de una pasión. Su puta madre, y yo que coño le he hecho a la Real Academia de la Lengua, que por cierto, estofada está que te mueres. Me cago en tó. Ná más que hay tontos en el mundo.

miércoles, 22 de julio de 2009

Verduras y caña (a la espera del Mont Ventoux)





A las doce y cuarto estoy ya sentado delante del televisor. Hoy se supone que debería haber sido la etapa reina, y la verdad es que no ha estado mal. Haber ha habido caña, pero de aquí al samedi, habrá más, eso está claro.
Ahora, eso sí, todo quedará meridianamente claro en la contrarreloj de mañana y, sobre todo, el sábado en la ascensión al Mont Ventoux. Para que se hagan una idea, en los últimos veintisiete o veintiocho kilómetros pasan de estar a 300 metros de altitud, a casi dos mil. Una barbaridad.
Bueno, pues para ver la etapa tan ricamente, hoy se come frio. Además estamos solos Manolete et moi, avec ce que il n'y a pas problème. Gazpachito que quedó de ayer, y cómo no le pongo pan, pues no se oxida y está igual de bueno. En un momento de transición, tras el descenso del Roselend, que aprovechó el noruego Thor Hushovd para iniciar una larga escapada, y cuando el líder de la regularidad ascendía en solitario el Saisies, aproveché yo para hacer la
receta de Huevos rotos con patatas y chorizo.- (para dos personas humanas) Se saltean dos ajetes picaditos en aceite de oliva virgen extra, una lámina sólo, y a continuación se añaden unas patatitas cortadas en cuadraditos y previamente fritas. Añadimos toute de suite un rodaja de chorizo, de un centímetro de grosor y hecha taquitos a continuación. Se cascan dos huevos encima, se le pone a todo un poquito de sal fina, y se espera a que cuajen les oeufs. A la hora de ponerlos en el plato, se rompen con el canto de la espumadera. Son sólo tres minutos, cuando volví, el noruego continuaba su escapada - no lo pillarían hasta después de tomarme un cafelito para no quedarme dormío y cuando me estaba fumando tan ricamente un don Julián del número 5 -.
El tercer y último plato, que de postre tomamos fruta, fue uno que tenía elaborado desde por la mañana, quiere decir que se puede comer frío o a temperatura ambiente, que fue como nos jincamos Manolete y servidor unos estupendos

Milhojas de berenjenas, calabacín y pimientos (del piquillo por no ponerme a asar pimientos).-En el horno se colocan rodajas de berenjenas no demasiado finas, pero tampoco gordas, vosotros me entendéis, pero si no me entendéis lo hacéis como os dé la gana. Cuando están hechas se colocan en el fondo del plato donde se vayan a presentar, dentro de un cuadrado o de un círculo no mercantil, sino de metal, que no es lo mismo. Se pasan por aceite rodajas de calabacín cortadas finas, que tomarán algo de aceite pero no importa, no sólo porque llevo torta (Fofito dixit), sino porque se colocan encima de las berenjenas, que están más secas que un tollo y esto les vendrá bien. Sobre las berenjenas y los calabacines, se colocan pimientos asados o del piquillo si no tenemos ganas de ponernos a asar pimientos, dejarlos sudar después tapados con un trapo y cuando estén fríos, pelarlos y cortarlos en tiras o como quiera cada cual. Así que del piquillo. Y encima de todo una salsita de tomate que habremos hecho sofriendo primero cebolla y apio, echando tomate triturado, sal, albahaca, perejil, pimienta y una mijita de azúcar para quitar acidez a los tomates. Pues esta salsa, cuando esté bien cuajada y para nada líquida, es la que se pone por encima. Se adorna, como se ve en la foto, que la he hecho yo, con un punta de espárrago y perejil recién picado y espolvoreado por encima.

Y ya está, veremos mañana en la carrera contra el cronómetro, donde los hermanos Schleck en principio no tienen por qué dar problemas. Allí Contador se los lleva de calle, y en la ascensión al Mont Ventoux seguro que también estará a la téte de la course. Queden ustedes con Dios.

lunes, 20 de julio de 2009

El Tesorillo








Antes de subir a bordo el capitán examina las condiciones de la embarcación (imagen superior).

Entre las obligaciones de un capitán está la de dar ordenes a la tripulación. En la imagen inferior, la oficialidad da precisas indicaciones del tamaño que debe tener el mero que de las profundidades submarinas se debe extraer.


La vida es dura. El domingo tuve que cumplir mi compromiso anual de ir un día a la playa, para que luego no anden diciendo que soy un aburrío. Me confundí con las masas veraneantes y turísticas en general, compartí el olor a sardinas asadas y bronceador, sufrí los rigores del sol a pie de playa... durante unos minutos, el tiempo de llegar desde casa de mi novia al pantalán de la Marina de El Rompido y embarcarme en "El Tesorillo", el barco nuevo de Jordi. Luego, subiendo el río Piedras, nos abordaron Javi y el Johnny que venían en el "Macareo". De modo que juntamos menús y nos salió una comida la mar (nunca mejor dicho) de simpática. Tortillas de patata y de idem con queso azul que son especialidad del Johnny, más jamón y un sorprendente morcón, tierno, jugoso y bien aliñado del feliz propietario de la mallorquina (que es un tipo de barco, no un obrador de ensaimadas). Servidor contribuyó con unas ensaladas mejicanas convenientemente introducidas en pan de pita, más unos hojaldres de morcilla con nueces introducidas en pimientos del piquillo (la receta está en este blog), filetes empanaos y previamente macerados en ajo, limón y tomillo, y por último unos apetitosos hojaldres que hice con esta
receta de Hojaldres de mejillones.- Fáciles a más no poder. Se toman mejillones y se abren al vapor. Se extraen los meollos y se cuela el caldo que resulta de abrir los ebúrneos bivalvos. Hacemos una salsita de tomate, friéndolos con cebolla rallada y pochada previamente en aceite. Se añade el líquido que obtuvimos al cocer los mejillones y se espera a que la salsa se reduzca. Entonces añadimos los mejillones y perejil recién picado, para dar una última cocción, rápida y veloz, de manera que podamos integrar los mejillones en esa salsita de tomate. Ya está. Se toman tiras de hojaldre de seis centímetros de ancha y ocho de largas, y se ponen cuatro mejillones con la salsa que lleven sobre la mayor, para envolverla y cerrarla con la menor, aplastando y uniendo los laterales. Se van poniendo en la bandeja de horno y se pintan allí mismo con huevo batido. Al horno a 200º, de manera que en cuantito se doren y tengan un bonito color, se sacan y a otra cosa, mariposa.

miércoles, 15 de julio de 2009

Mil maneras de entender el ponche

Ya compré las pilas para la cámara. Tenía fotos de hace dos años, desde que se agotaron las que tenía. Mi rentrée en el mundo de la imagen ha sido fantástico. De momento, la buganvilla está perfectamente enfocada, mientras que el bonito bodegón que me he marcado, está digamos que regular. En fin, creo que me merezco el aprobado, bajo, eso sí, pero el esfuerzo de tener que ir a la tienda a comprar las pilas merecen el ánimo que para mí supone este aprobado que seguro me concederéis.
En Huelva denominamos ponche a una bebida refrescante elaborada con cinco ingredientes, a saber: vino, agua con gas, azúcar, canela y clavo (que son una, las especias) y fruta, que en el caso del ponche colombinero son melocotones, pero no melocotones cualesquiera, sino melocotones de La Nava, los más aromáticos y de carne más firme que se pueden encontrar en el mercado.
Durante las fiestas Colombinas, a principios de agosto y con motivo de la celebración de la efemérides de la partida de las naves descubridoras, es bebida inexcusable y tremendamente popular. Esto ha conducido a que sea una bebida absolutamente viva, no esclerotizada, sino sometida a constantes cambios.
Uno sigue siendo empero fiel a la manera en que se hacía el ponche en casa, aunque en los últimos tiempos, tiempos de desmesura, qué duda cabe, han proliferado ponches en exceso dulzones y con ingredientes extraños a su espíritu de bebida ligera y refrescante, apta incluso para los niños. De hecho y para no aburrirles demasiado, os cuento lo que me ocurrió días atrás.
Andaba servidor invitado en una barbacoa en la cual se había encargado la elaboración del simple ponche a uno de los asistentes, camarero de profesión una vez lograda su graduación de Secundaria a través de la Diversificación primero y, tras habérsele atragantado el Ámbito Científico y Tecnológico el año anterior, gracias al fin a la Secundaria para Adultos. El artista de la barra procedió a introducir en un cubo de zinc, muy limpio, eso sí, dos tetrabrick enteritos de vino blanco (inertizado, esto lo digo yo, que la etiqueta lo calla la muy cabrona); una botella de solera o vino generoso seco (que vaya contraste); otra botella de mistela, que es como se suele denominar a un vino dulce parecido al P.X. pero más cañero, más dulce quiero decir; un tarrito de caramelo líquido (¡cómo lo leen!); un cuarto de litro de licor de limón; un puñao de canela en rama; medio kilo de azúcar; y por fin un kilito entero de melocotones.
Después de un contumaz meneo con un cazo a aquél brebaje, el menda procedió a llenarlo de cubitos de hielo y del tirón a llenar vasos hasta las trancas del líquido resultante, que resultó, como es natural, turbio, de un extraño y desagradable color parduzco que viraba al trasluz directamente al denominado popularmente caca de niño chico. Aquello resultaba de un dulzor insultante y, lo que son las cosas, absolutamente inexpresivo.
Con la cara de tonto que se te queda en estos casos, uno tuvo que elogiar al maestro coctelero y estar con el resto del personal en que era el mejor ponche que había tomado en mi vida. Un macetón con un ficus enorme, justo al lado de la silla que ocupaba, fue mi mejor confidente y comprensivo amigo en semejante tesitura, pues al dicho tiesto fueron parando los sucesivos ponches que con grandes albricias me endiñaban de continuo.
Hoy, recuperado de aquél espanto líquido, de su presencia tan sólo, pues quede constancia de que el ficus se lo tragó por mí, he elaborado un ponchecito simple y de para las mayorías alborotadoras, probablemente de baja calidad, ni mucho menos tan inigualable como aquél o, lo que es peor, como los que proliferan por los entoldados, y casetas colombineras. Este que aquí os dicto, rimas sonoras, sabia sí, pero bucólica Talía... Ay, que se me va la olla, eso es de Góngora, la dedicatoria del Polifemo y Galatea creo recordar... Pero bueno, sigo, que en definitiva lo que pretendo es mostraros esto que ahora es presento: mi manera de entender y hacer un auténtico
Ponche de Colombinas.- Se mezclarán en crátera capaz tres melocotones serranos, pelados y troceaditos, de La Nava a poder ser, de esos aromáticos y carne firme que les mentaba supra, con dos palos de canela abiertos por la mitad y algo desmenuzados, dos clavos de olor, dos cucharadas soperas de azúcar blanca (si son muy golosos, pues tres, pero ya está) y tres cuartos de litro de vino blanco (una botella, y si puede ser Mioro, pues mejor, pero en todo caso, un vino de estos afrutados del Condado. De Niebla, a cuyo conde subido a la pingoleta de una almena dedica Góngora sus rimas sonoras: "de Huelva peinar el viento, fatigar la selva...). Se menea bien meneao, como hacía Menelao, y se deja reposar todo en la nevera por ejemplo una horita, y a continuación, al momento de servir, se le añade medio litro de gaseosa (La Revoltosa, u otra similar), que es agua con gas y azúcar, razón por la cual fuimos prudentes anteriormente, que sin haberlo preparado me ha salido un pareado. Y ya está. En la copa se admite e incluso se recomienda el perfume de unas hojitas de hierbabuena.
Esto es a mi entender un ponche colombinero, refrescante y estupendo para acompañar una barbacoa, o para celebrar las fiestas en conmemoración de aquella empresa de Descubierta que terminó como el rosario de la aurora y con un nuevo mundo incorporado a la Historia Universal y a la corona de Castilla y Aragón, que por ellas nuevo mundo halló Colón, chin, pon.

sábado, 11 de julio de 2009

Haciendo trampas

Uno, que ya de mayor, va de antojo en antojo, tuvo esta mañana uno. Merluza alioli. Está el problema de ligar ajo con aceite hasta conseguir esa salsa extremadamente untuosa y deliciosa que los valencianos y los catalanes llaman all i oli, quiere decirse ajo y aceite, que yo lo he adjuntado al pescado del arroz a la banda o abanda y es simplemente genial. Se trata de machacar tres o cuatro dientes de ajo con un poco de sal hasta conseguir una pasta, y entonces ir añadiendo aceite de oliva virgen extra hasta conseguir ligar ese maravilloso all i oli o alioli como le conocemos por aquí o en Almería, donde aprendí a hacerlo de este modo y donde acompaña a los arroces pero también a los chérigan o chérica, que de todas maneras se le llama en la bella ciudad mediterránea a unos pequeños montaditos en los que el alioli es el ingrediente principal, y luego se les pone lo que usted quiera o el bar en cuestión tenga a bien ponerle. El invento almeriense procede de un antiguo jefe de sala o responsable de un conocido restaurante (quizás el único) de los años cincuenta que duró hasta los sesenta, creo. Al señor en cuestión le apodaban el cheriff por su carácter, pues parece ser que dirigía el restorán con mano dura. Y de cheriff, chérigan o chérica, que es como se les llama ahora a los montaditos con alioli, invento de este profesional de la restauración ya desaparecido.
Quién quiera hacer el alioli del modo que les explicaba, que lo haga, pero adelanto que es algo complicado montar y ligar la salsa si se quiere hacer como tiene que ser y no parecida, que es como lo vamos a hacer nosotros ahora. Parecida, pero absolutamente distinta, el all i oli de verdad, lo dejaremos para mejor ocasión, hoy haremos trampa.
Y también haremos trampa con la merluza, que por cierto el otro día comí una extraordinaria en Santander, en el restorán de los Peñucas, de la familia de Iván de la Peña, como se deduce del montón de fotos del conocido futbolista que adornan las paredes del extenso y afamado local en el que oficia la familia del bravo centrocampista en pleno barrio pesquero.
Pero asómense para comprobar las trampas, absolutamente lícitas en cocina, a esta
Merluza alioli.- Tomamos un tronco de merluza de buen tamaño del escaparate de los congelados de nuestro centro comercial habitual o de la tienda de congelados de la esquina. Primera trampa. Resulta que hay merluzas congeladas absolutamente dignas y sumamente aprovechables. Mismamente como la que cocí esta mañana con una hojita de laurel y su poquita de sal, nada más. Una vez cocida y dejada enfríar, la desmenucé no muy pequeña y la mezclé con mayonesa de bote (segunda trampa) aligerada con agua que previamente se tritura en la batidora eléctrica con un diente de ajo y unas ramitas de perejil. Mais cuidado con el bote que utilizamos, porque ahora te ofrecen unas mayonesas muy ligeras, las cuales simplemente tienen menos mayonesa y más agua, que aquí no somos nosotros los que hacemos trampa. Así que de bote pero que sea densa, pues como decía la tenemos que ligar con un poco de agua, pero un agua que habremos metido en la batidora eléctrica con un diente de ajo y unas ramitas de perejil, que quede claro. Asi, de este modo conseguir un alioli bastante vistoso y rico, fácil además.

martes, 7 de julio de 2009

Sobrevivir (vivir sobrados)



Esta tarde hemos cogido zanahorias, cebolletas y judías verdes del huerto de Valentín. Al vecino le hemos pedido un calabacín porque los calabacines de la huerta andan ahora echando las primeras flores. Con eso, cuatro huevos y nata líquida hemos hecho un pastel de verduras que hemos acompañado con crema de calabacín. Ah, los huevos de unas gallinas de aquí al lado y la nata de cocer la leche de las vacas del prado de enfrente. Sobrevivir. Quiere decirse vivir sobrados.

Luego hemos cogido un par de limones del limonero, hemos montado nata y hemos tenido que comprar un poco de canela y leche condensada, más azúcar que ya teníamos, con todo esto hemos hecho una estupenda

Tarta de limón.- Con un cuarto kilo de galletas maría, un poco de canela y tres cucharadas de azúcar hemos hecho la base de la tarta. Se trata de triturar todas las galletas hasta reducirlas a polvo, luego añadirle la canela y el azúcar, para mezclarlo todo e ir añadiendo mantequilla a punto de pomada. Con ciento veinticinco gramos, más o menos, está bien, pero la mezcla de galletas trituradas lo va pidiendo. Una vez que tengamos la mezcla hecha, se forrará un molde desmontable con esta pasta y al frigorífico con el molde.

Seguimos con lo que irá dentro del molde cuando éste esté firme, es decir cuando la mantequilla con la galleta solidifique, lo cual ocurrirá en poco tiempo, vamos el tiempo de enfríarse el asunto.

Rallamos la piel de un limón medianito y exprimimos el zumo de ese limón y de otro más (si están sequerones, obviamente, añadimos el zumo de uno más), y a este zumo y ralladura de limón le añadimos un bote pequeño de leche condensada y un cuarto de kilo de nata montada, que si no la queremos montar pues la compramos ya montada, pues los botes que venden son de cuarto de kilo, así que solucionado el asunto. Todo esto lo mezclamos con la batidora eléctrica a bajas revoluciones, es decir lentito para que se integre todo bien. Una vez obtenida una mezcla homogénea, sacamos el molde del frigorìfico y echamos la mezcla dentro de la base de galleta que forra el molde. Adornamos con unas hojitas tiernas de limonero y al frigorífico de nuevo para que coja cuerpo.

La tarta la terminamos a eso de las nueve, y a las diez y media nos la estábamos zampando tan ricamente, o sea que no hay que esperar tanto tiempo.

sábado, 4 de julio de 2009

A rempujá la canoa

Veranitos en Punta Umbría. Descalzos desde que daban las vacaciones hasta que en octubre nos teníamos que ir otra vez al colegio. En la mitad, viajes en canoa (1) de lunes a viernes, por mor de los cates. Eran aquellos benditos años en los que suspendíamos las matemáticas, la literatura y la geografía, con lo cual todas las mañanas nos teníamos que ir a Huelva, al Francés, a preparar los exámenes de septiembre. Puede que alguno de vosotros recuerde que al servicio normal de canoas, se añadía un servicio ilegal que realizaban otras más pequeñitas. Aquello era un pirateo total. Cuando salía la "Ángela Marisa", el ´Rápido" o la "Bella ciudad de Alicante", se acercaban al muelle de Levante unas canoas de mucha menor eslora que nos largaba un cabo: "Niño, amarra eso ahí", y nosotros le dábamos un par de vueltas con lazada la mar de marinera al noray. El personal que había perdido la canoa o que había llegado demasiado pronto para el siguiente viaje, se subía a la breve embarcación y el tipo, veloz como el viento, trepaba al muelle, desamarraba el cabo y se embarcaba de nuevo para poner proa a los Burros, pero no por el canal que usaban los barcos normalmente, sino por un caño de poco calado por el que cruzaba la isla de Bacuta y salía al Burro Chico. Y ahí fue donde pasó. Dónde pasó lo de rempujá la canoa (2).
Entre el personal viajero, iba una señora con su cesta de la compra a los pies, la cual dejaba ver lechugas, berenjenas, cebollas y verduras por el estilo, todo el verano metido en el esparto. De pronto, la canoilla se frenó. El hombre empezó a manipular la caña del timón, intentando virar que si a estribor, que si a babor, que si acelerando para continuar avante, que si intentando retroceder, pero la canoa había dicho que en este fangal me has metido y en este fangal me voy a quedar. No llegó a cundir el pánico, pero sobrevolaba la cubierta el recuerdo de la reciente última aventura del "Chimbito", su incendio y consiguiente singladura final de un viejo cascarón cuyo diario de a bordo hablaba en sus primeras páginas de suministros a la flota británica antes de la I Guerra Mundial; que para entonces, para cuando la Gran Guerra, ya estaba prestando servicios en la ría del Nervión, y luego de allí, de Bilbao, se vino para Huelva, a ocuparse del transporte de pasajeros y antes o al mismo tiempo, para aviar a los barcos mercantes que venían a por el mineral que les suministraban las entonces prósperas compañías instaladas en la faja pirítica onubense. Pues aquél naufragio en la ría, a dos brazas de la orilla, que muchos recordarán, había ocurrido tan sólo unos días antes.
De todos modos y como es natural, no hubo que lamentar daño alguno entre los viajeros, pues se pudo arrimar a la isla de Saltés creo recordar, y todo el mundo pudo saltar a tierra tranquilamente. El caso es que no hubo demasiado nerviosismo, salvo el de la señora del cestón de verduras, que no paraba de pedir que la sacaran de allí que se iba a quedar sin compra si el barco se hundía. Pero no era cosa de hundimiento sino de encallamiento y encanallamiento del tipo que por hacer más viajes y ganar más pesetas, se metía por esos caños hasta con la marea baja.
Cuando el imprudente y poco perito patrón, comprobó que aquello no tiraba ni para detrás ni para delante. Se dirigió al pasaje con una frase única y contundente, "to'l mundo pa'bajo". Y cómo el personal le miraba entre perplejo y alucinado, se extendió en su discurso: "to'l mundo pa'bajo y a rempujá". Creo que fue el Angelito García de la Villa y el Paco Buri los primeros que se quitaron las chanclas, el pantalón y se tiraron en calzoncillos blancos al agua, que cubría, efectivamente, un par de cuartas nada más. Detrás fuimos todos los demás, menos la señora suplicante y otras personas de edad que se quedaron a bordo. Y ahí estuvimos todos, rempujando la canoa creo que por primera y única vez en la historia. Así que cada vez que me dicen "vete a empujá la canoa", me acuerdo de aquello.
El barco salió del fangal, el tipo tuvo la decencia de esperar a que lo alcanzáramos y pudiéramos subirnos a bordo de nuevo, y cuando llegamos al muelle de Punta Umbría, saltó el primero con el cabo en la mano, lo amarró en una décima de segundo y se puso a pie de escalera a cobrar el servicio uno por uno a todos, incluídos los que minutos antes habíamos tenido que empujar la canoa. Qué tiempos.
Pues de todo esto me acordaba cuando esta mañana me puse a hacer un pisto con unas excelentes verduras, como las del cesto de la señora que clamaba por preservar su compra de las aaguas saladas de aquél caño hoy cegado de la isla de Bacuta. Y para que lo disfruten, ahí va el celebérrimo y genial
Pisto de la tía Maribel.- En una sartén amplia y de fondo grueso, se fríen dos cebollas medianas, a poder ser frescas, añadiéndoles un diente de ajo o dos. Cuando están pochadas pero no doradas, sino sólo pochadas, se les pone un poco de sal y se apartan en una olla capaz. A continuación se fríen dos pimientos verdes de los de freir, de buen tamaño, y cuando estén a medio freir se añade un calabacín cortado en daditos. Se dejan hacer un par de minutos sin dejar de dar vueltas y se añaden entonces siete pimientos del piquillo en conserva, troceados como es natural. Se les pone entonces sal y pimienta, y se espera a que el calabacín y el pimiento estén hechos pero que continúen enteros, y se echan encima de las cebollas que estaban esperando en la olla.
Por último se fríe tomate de ese que venden triturado, como medio kilo más o menos, y se le pone sal, azúcar y un poco de jengibre fresco rallado, pero no demasiado, aunque en esto, como en todo, el usuario tiene libertad, como no podía ser de otra manera, para poner lo que le dé la gana, que esto es sólo un comentario y no una regla inmutable. Se espera a que el tomate esté casi frito y se echa por encima de las verduras que esperaban en la olla. Ahora el final, se pone a fuego medio para dar a todo un calentón y removiendo con cuidado y con una cuchara de madera. Y ya está. Nosotros lo hicimos para acompañar la carne que nos hizo en la barbacoa Valentín, al que tuve que asistir con un paraguas mientras el personal observaba el espectáculo desde el porche de la casa, muertos de risa ante el espectáculo de un tío con botas de agua y otro con un paraguas asando carne en una barbacoa. Pero este pisto con un par de huevos fritos al lado, es para tirar cohetes. En fin, hasta otra.
(1) Canoa.- En Huelva, barco de pasajeros.
(2) Empujá o rempujá la canoa es expresión local, que se dice cuando se quiere mandar a alguien a la porra o a tomar viento. Empujar la canoa, un barco de gran tamaño, es cosa absurda, ridícula y de todo punto imposible, aunque como se puede comprobar leyendo esto, no tan imposible.