sábado, 30 de enero de 2010

El jamón, una visión marxista


Un pensador hoy casi olvidado, el alemán Carlos Marx (Tréveris o Trier, 1818 – Londres, 1883), se ocupaba en una de las páginas de su extraordinaria obra de referencia El Capital, de la influencia que algunos modelos de cultura tuvieron sobre el avance de las técnicas y de los utensilios que nos ayudan en la confección de bienes de consumo. En este sentido escribe en la dicha y tan influyente obra, que se deberá considerar revolucionario el modelo de producción capitalista, puesto en marcha a partir de la denominada Revolución Industrial, que viniera a trastocar las relaciones sociales, económicas y políticas a partir sobre todo del siglo XIX. De igual modo, se deberán calificar de conservadores todos los anteriormente pensados y elaborados.
Hasta la aparición del Gran Capitalismo, y de las nuevas relaciones que los burgueses en alza tendrían a partir de entonces con las masas proletarias, los útiles e instrumentos de trabajo, una vez alcanzaban una forma satisfactoria – escribe Marx y nosotros fielmente lo seguimos – permanecían inmutables y se transmitían tal cual de generación en generación. Frente a esta manera de entender la industria anterior a la Revolución Industrial, como una manera de producción conservadora, situaba el citado pensador las bases técnicas de los procesos de producción capitalista, a los que considera como sustancialmente progresistas, debido sobre todo a la necesidad de mejorar para competir en mejores condiciones en un mundo cruel, dominado por la implacable ley de la oferta y la demanda.
Muchos de nosotros podríamos ahora coincidir en que esto no es del todo cierto, y para ello nos podríamos entretener en comparar las puntas de flecha musterienses que se exhiben en las vitrinas dedicadas al Paleolítico en el Museo, y las que trescientos mil años después utilizara Guillermo Tell para seccionar limpiamente una manzana colocada sobre el tarro de su propio hijo, y nada menos que a cien metros de distancia. Pero Dios, con perdón, o el mismísimo Carlos Marx, nos libren de intentar ahora refutar semejante prodigio de ciencia económica y política. De ningún modo. No puede ser esa nuestra intención. El Capital está bien como está y no es menester meneallo. Sencillamente nos proponemos seguir las palabras del teutón para animar a los auténticos progresistas, a quienes aún conservan el concepto o término marxista en su vocabulario habitual y en su corazón (víscera encargada exclusivamente de impulsar o bombear sangre fresca y limpia, pero que se conviene en nombrar cuando queremos referirnos a la intersección o conjunción del cerebro con ciertos genes que le transmiten información: lo que los creyentes denominan el alma), para que abandonen la perniciosamente conservadora costumbre de comer jamón.
Desde que a finales del siglo XIX se instalaran en la parte más occidental de la Sierra Morena, artesanos del embutido y del secado de los perniles de porcino: en las Cumbres Mayores, Corteconcepción, Aracena, Cortegana y Jabugo, en la que hoy se conoce como provincia de Huelva, la elaboración de jamones han continuado prácticamente con los mismos modos y maneras. Quiere decirse que tal como Carlos Marx señalaba en El Capital, la producción de jamones, desde el despiece y perfilado, hasta la medida de las proporciones de sal marina para su proceso primero de salazón, o el más largo y fecundo curado en bodega, al socaire de la feliz alternancia de calores y fríos serranos, el jamón es, sostenemos, un producto conservador y por lo tanto reaccionario que no debería pasar a formar parte de la dieta habitual de un auténtico proletario con conciencia de clase. Podrán empero los hermanos marxistas de la Tierra, parias y similares, disfrutar de otros modos de producción mucho más modernos y sofisticados, producidos según las más modernas maquinarias, útiles, herramientas, y técnicas absolutamente progresistas. Piénsese si no en las distintas variedades de chopped pork, mortadela con o sin aceitunas y salchichas de Frankfurt que se elaboran en la actualidad mediante la introducción de modernas procesadoras de carne, calderos que alcanzan temperaturas impensables hace sólo un par de décadas, o sistemas de envasado que garantizan la más completa asepsia de estas referidas elaboraciones.
Más chopped pork revolucionario y menos jamón conservador, más mortadela (con o sin) y menos cañas de lomo, que al igual que los jamones de bellota son productos igualmente conservadores y por lo tanto contrarrevolucionarios.
Por ello y viendo lo que estamos viendo últimamente, nos vemos en la necesidad de gritar bien alto, ¡por la libertad y el socialismo, proletario: no comas jamón! Por el amor de Dios, o de Marx, con perdón, no caigais en el mal, amén.

Publicado en El Mundo - Huelva Noticias el otro día, no me acuerdo cuándo.

viernes, 29 de enero de 2010

Comer barato o la crisis con buen humor

Me lo acaba de contar maese Bada y acababa de comerme unas salchichas al vino. Dice que va un nota por la autovía a la altura de Gibraleón y ve a un tío tirao en la cuneta, retorciéndose de dolor. Aminora la velocidad, para el coche y se va a ver al nota y resulta que es el Alberto, un colega suyo: "¿Illo, cojone, que tapasao? Venga ya, que eso nosná" Y el otro allí con las manos entre las piernas muertecito de doló. Y el otro, insistiendo: "Venga ya, levantaté, que verás que no es ná". Y el Alberto: "Que no ni ná, mira ahí, mira ahí..." Y el nota ve un pedazo de Ferrari echo una mierda, pa la chatarra. Y le dice que no se preocupe, que con el dinero que tiene, se puede comprar diez ferraris iguales que ese o mejores. Y el Alberto, retorcío de doló: "Mira dentro, mira dentro..." Y el otro mira dentro del montón de chatarras y se encuentra a una rubia echa polvo, toa machacá. Se va otra vez para el Alberto y le dice, que da iguá, que se puede comprar diez ferraris y cien tías igual de buenas que la que está echa polvo dentro de lo que fue su coche. Y el Alberto, retorcío de doló y sin consuelo alguno, le vuelve a decir: "Que mires ahí, cojones, en la boca de la tía... cojone, en la boca de la tía...
Hombre, un poco basto es, pero tiene su gracia. Bueno, ya que estoy por aquí, una receta que es de lo que esto va... se supone. Ahí van las salchichas al vino que me acabo de vendimiar
Salchichas al vino.- Salchichas de cerdo para guisar, de esas que vienen en paquetes en el Hiper, o que te las venden al peso en la plaza de abastos. Como tres cuartos de kilo más o menos. Se pone en una cazuela amplia, que quepan todas en una capa bien puestecitas, una lámina mínima de aceite de oliva virgen extra y siete u ocho dientes de ajo partidos por la mitad, con piel y todo. Se refríe a fuego medio con dos hojas de laurel, o tres, que da igual que da lo mismo. Se dan tres o cuatro vueltas y se añaden las salchichas, se rehogan dándoles la vuelta cada cual como pueda, pero con las manos no, que te quemas. Se añade un poquito de azafrán majado con sal, pimienta y se vuelven a dar dos o tres vueltas. Se añade vino blanco del Condado (o del que os de la gana, pero que sea bueno), que cubra las salchichas (y si se quiere un poco de agua también) y se tapa a medias la cazuela. Siempre a fuego medio. Cuando el vino se ha ligado con los ajos y el aceite formándose una salsita la mar de rica, se retira del fuego y se sirve, normalmente con patatas fritas. Se come con un bollo de pan al lado para ir mojando.

jueves, 21 de enero de 2010

Tirria al salmón (superada cum laude)



Cuando los socialistas alcanzaron el poder por primera vez en esta democracia que ahora disfrutamos, hicieron tres cosas. En primer lugar se compraron unos abrigos largos, de esos caros y etiqueta con marca; en segundo lugar tuvieron la gentileza de dejar de saludarnos a quienes, pobres proletarios, habíamos cometido el tremendo error de votarles pensando que iba a suceder lo que de sobra sabíamos que no iba a ocurrir jamás de los jamases; y en tercer lugar empezaron a comer salmón como locos.

Desconozco las razones o circunstancias psicosociológicas por las cuales se tiraron en plancha al salmón (ahumado, no a la plancha). Supongo que en su imaginación identificaban a este teleóstero de aguas frías, con las costumbres alimentarias de las clases altas a cuyos hábitos, educación y costumbres, creían haber accedido. No lo sé. Supongo.
Pero vamos a lo del salmón. Tanto oí y tuve que aguantar a semejantes expertos disertar sobre los secretos del salmón, que dejé de comerlo. Le cogí manía antes al pobre pez que a sus consumidores, pues tengo que reconocer que defendí a los socialistas y seguí votándoles no una vez, sino varias consecutivas, pecado por el cual supongo que el diablo me tiene reservada suite con jacuzzi y chorros de candela de gas natural en el parador nacional de Las Calderas del Taburiente o en cualesquiera otras con las que tengan firmado convenio de colaboración la prestigiosa firma Ángeles Caídos y Asociados, Sociedad Regular Colectiva. Tendré mi castigo, sí señor, y de veras que me lo merezco, pero comer salmón, lo que se dice comer salmón, no sólo dejé de comer, sino que ese vocablo quedó suprimido de mi vocabulario. Mais pasados los años he ido superando la aversión al salmón y he vuelto a atacarlo. No mucho, la verdad.

La primera vez en casa de un colega que venía de Canarias, de Lanzarote o de Fuerteventura, no me acuerdo, y se trajo de semejante lugar un salmón de excelente calidad. No son esas aguas para caladeros donde se críe el salmón, pero sí que allí lo elaboran, adquiriéndolo como es natural, a empresas que cuentan con barcos que faenan en aguas mucho más septentrionales y frías que aquellas.

Ayer mismo volví a comprar salmón. Poco y ahumado, que en fresco ya lo compré hace unas semanas y os colgué en este blog una receta curiosa y eficaz para contrarrestar el exceso de grasa de este pez que las necesita para vivir en las latitudes que vive. Con ellos y con una pasta que me traje de Roma y cuyo nombre he olvidado, elaboré una receta dándole una forma diferente a la presentación de esta

receta de Salmón con pasta y setas.- Cocemos pasta, por ejemplo espaguetis, y los reservamos. Cortamos o utilizamos lonchas de salmón ahumado y de buen tamaño.

Ponemos aceite a calentar y echamos en él unos champiñones pequeños, cuatro o cinco, cortados a la mitad y cada mitad en tres partes. Añadimos unas ralladuras de boletus secos, o de la seta que tengamos seca, y si no la compramos, que las venden y a buen precio (es que las setas secas dan mucho sabor). A continuación añadimos una cucharadita de harina de maiz (tipo maizena, por ejemplo) disuelta en caldo de carne o de pollo (io, utilizo el del puchero, que siempre tengo congelado). Damos unas vueltas y añadimos nata líquida hasta obtener una salsa espesita. Se salpimenta con tino y se deja al amparo del calor para que no pierda temperatura ni textura.

Salteamos en aceite bien caliente unas setas de esas pequeñitas que venden en conserva, en agua y en botes de cristal, que son muy monas, pero con casi nulo sabor.

Montamos el plato de la siguiente manera: Enrollamos en el salmón la pasta haciendo una especie de canelones de buen tamaño. Los napamos con la salsa o crema de setas que manteníamos caliente, y sobre ella las setas salteadas. Se termina de decorar con perejil recién cortado y a otra cosa mariposa. Un plato fácil y rico de verdad. Y esto es todo amigos.

sábado, 16 de enero de 2010

Los sarmales para el niño

Ahí los teneis. A uno le gustaron los sarmales y se llevó un tupperware (tapergüé en cristiano) con unos pocos. El otro prefiere meterse con él y eso se llevó. Ambos dos se encajaron en casa con vino y con pan, con anchoas de Santoña y presa paleta embutida, pero sobre todo con muchas ganas de cachondeo. Así que les corté un poquito de jamón (que ya está practicamente en las cliclas) y les puse unos sarmales que me enseñó a hacer una rumana que trabaja en casa de unos colegas. Bueno, unos sarmales o lo que yo recordaba de lo que me contó, pero sí, estaban buenísimos y en el tapergüé está la prueba, aunque no se aprecia en la fotografía, pero he preferido recoger una instantánea para la posteridad antes que una foto de los sarmales, y esta es la de don José Martins montándole un pollo a Michael Lemon por llevarse los sarmales, llamándolo esmayao y cosas por el estilo. En realidad lo que ocurre es que ya somos mayores y lo que nos gusta mayormente es meternos los unos con los otros como Dios se mete con nosotros (que no debería), y contar mentiras, que es lo que mejor sabemos hacer, sobre todo en lo que respecta a las glorias sexuales y futboleras. Estas últimas de nuestra prácticamente olvidada juventud; pero ya se sabe que mientras mayores somos, más ajustados a la escuadra fueron los goles que les metíamos a los del barrio de al lado y más eficaces éramos en el dribling en los partidos que jugábamos en mitad de la calle y que ahora, cualquiera que nos esté oyendo, se podría o pudiera creer que jugábamos en el mismísimo Benito Villamarín.
En fin, que los sarmales, que es a lo que en realidad nos deberíamos de ceñir en este diario de a bordo que les escribo de vez en cuando, los hice como Dios y el defectuoso castellano de la asistenta de mis amigos me dieron a entender. Luego los he buscado en los internetes nuestros de cada día, y en efecto, son más o menos así, aunque admiten variantes según lugar y momento espiritual del oficiante. Yo no he querido desviarme mucho de la ruta trazada por la señora rumana y los he hecho a su manera. Ya para la próxima vez los iré adaptando a la mía -que es como la de Sinatra pero mal cantao-, poniéndoles simplemente una hojita de laurel y un punto de orégano, pero ya está. Y bien, he aquí como interpreté la
Receta de Sarmale rumano.- Se refríen pimientos de los de asar, verdes y rojos para que queden más monos, con cebolla cortada más o menos gruesa. Se espera a que se pochen bien, a fuego lento y tomándose su tiempo, y entonces se le añade la carne picada y el arroz -obviamente crudo-. Todo, como es común en mi manera de relatar las recetas, a ojo de vuesas mercedes, dejándose guiar por el instinto, que al fin y al cabo vosotros sois lo que os vais a comer lo que hagais, no yo. Pues bien, se añade sal y pimienta (aquí yo pondría también una mijita de orégano) y se dan unas vueltas, sacándose inmediatamente todo y reservando. El arroz, insisto, debe seguir crudo, pues simplemente hemos mareado el arroz y la carne picada con las verduras.
En el interín, mientras se hace el refrito por ejemplo, pondremos agua a hervir, y cuando rompa se le añaden hojas de col, grandes, de las exteriores, que no importa que las saquemos un poco rotas o rajadas. Se dejan escaldar por espacio de tres minutos y se van reservando también. Y ahora a armar los artefactos estos. Se toma una hoja de col escaldada y tendida sobre la tabla de trabajo se le ponen dos cucharadas de la mezcla de carne, verduras y arroz, envolviéndolas con sumo cuidado o suavemente con una canción. Así se va haciendo con una hoja y con otra hasta terminar con el relleno. Ahora tomamos una cazuela capaz de contener a los rollitos de col, los sarmales, que hemos confeccionado, procurando que quepan todos y muy juntitos los unos a los otros, para que se hagan sin espacio posible para abrirse, no sé si me entienden. Entonces ponemos agua y tomate triturado, mitad y mitad más o menos, sal, pimienta y yo le pondría también, aunque el otro día no se lo puse, una hojita de laurel. Se pone al fuego y se colocan los sarmales, los rollitos de col, unos al lado de los otros, apretaditos y con la parte por donde los cerramos para abajo. Se pone a fuego lento la cazuela, tapada, hasta que veamos que empieza a menearse (la tapa, qué va a ser si no) y entonces la destapamos y dejamos que se terminen de hacer los sarmale y que la salsa espese. La verdad es que estaban buenísimos. A estos dos elementos les gustaron y el Juanjo Mata se lo perdió porque estaba maluscón y no pudo venir a comer, pero ya se los haré otro giorno cualquiera, que como es sabido, siempre hay más días que panes. Hasta otra.

martes, 12 de enero de 2010

El corte del jamón

Teníamos en casa una señora, tiempo ha, que a decir del común de los mortales que transitaban por la que entonces era concurrida morada, animaba las mañanas con sus cantes y las fiestas que le hacía a todo el mundo. Aquí servidor mismamente estaba en la cama tan ricamente y la señora llegaba a las nueve de la mañana, abría la puerta de par en par y te decía que ya era hora de levantarse, que tenía que hacer los dormitorios. Es evidente que algún leve encuentro tuve con tan amable, campechana y cantarina asistenta, pero el día que me encontré el jamón con más curvas que la carretera de Alájar y la consecuente merma en su peso y aspecto, no tuve un leve encuentro sino un encontronazo. Del encontronazo salí derrotado. Por goleada. Perdí semejante encuentro, resuelto a favor de la asistenta, como no podía ser de otra manera.
¡En mi casa no le gusta el jamón a nadie! Esa fue, de primeras y tras una leve insinuación de que el jamón había sido profanado en su perfecto corte, la respuesta. Tan increíble como imposible de refutar semejante argumentación mediante un diálogo razonado, así que opté por callarme y no discutir con el servicio, que es algo que por mucho que se tenga aprendido, no termina uno de aceptar. Pero en fin, me la tragué y me quedé con el jamón con medio kilo menos, que eso en realidad era lo de menos, sino el hecho de aparecer ante mi vista con tan desgraciado tajo que hería la sensibilidad y el limpio y perfecto corte, absolutamente paralelo a la linea del horizonte, que en mi cocina queda establecido por la encimera, poco más o menos.
El otro día estuve en Fuenteheridos, en casa de Matías y Raquel, que me regalaron (supongo que conocedores de los sinsabores de la cuesta de enero para un funcionario del estado... y docente además) un jamón de cerdo ibérico de bellota, raza Retinta y estirpe Silvela, una de las dos en que se divide esta pura raza de ibéricos, unos cerdos excelentes en el aprovechamiento de la montanera y que en el jamón, que es a lo que vamos, da unos perniles estilizados, de finísima caña y poco volúmen, como en la foto creo que se puede apreciar. Es sobre todo destacable que la proporción de grasa es mayor de lo normal en relación al músculo, cosa común en todas las razas de ibérico, es cierto, y mientras más puras sean, pues más todavía. En esta estirpe Silvela, como ocurre en la otra de esta raza, la Villalón, se pueden por lo tanto elaborar curaciones que sobrepasen los 24 meses habituales en la comarca serrana, en Jabugo, Cumbres Mayores, Cortegana o Aracena, por citar las cuatro plazas más importantes en cuanto a número de mataderos industriales de estas últimas estribaciones por el oeste de la Sierra Morena. En esta ocasión y viendo Matías la calidad y cualidades de los cerdos que sacrificó en febrero de 2006, decidió dar una curación larga a algunos de los jamones. Hace un par de semanas, estuve en su casa y probé uno de estos, y la verdad es que estaban en un punto excelente de maduración y sabor, muy medidos de sal y con las grasas, que al fin y al cabo son las que dan el sabor, muy infiltradas en el músculo. Fue entonces cuando al despedirme me largaron un jamón y otras exquisiteces serranas, de las que he ido dando cumplida cuenta esta semana, a excepción del jamón, que lo acabo de abrir, no por nada, sino porque tampoco era cuestión de tenerlo allí plantificado sin meterle el cuchillo limpiador, primero, y el cortador o jamonero propiamente dicho, justo a continuación.
De modo y manera que abrí una botella de Remelluri - uno de mis favoritos, mais non el único, l'unique avant Dieu et l'histoire, y procedí a abrir el jamón. Tal como el que probé anca Matías, era y sigue siendo, porque aún no lo he terminado -Michael Lemon y el senhor José Martins han prometido venir a ayudarme-, un jamón realmente excepcional, con unas cualidades organolépticas de cuidado, sabroso, enorme en la boca y perfumado de sierra, de otoño, con el punto justo de salazón, lo cual, después de cuatro años en bodega, le da un dulzor (sobre todo en el solomillo, que es por dónde voy) exquisito a sus carnes infiltradas por esas glorias de bajísima fusión que sólo el consumo de bellota da a los mejores perniles de ibérico puro.
En la imagen superior aparece nítidamente reflejado el primer ataque al pernil, ejecutado con sobriedad, no limpiándolo totalmente porque ya se sabe que esta es la mejor manera de que guarde sus propiedades más tiempo, aunque un jamón, una vez abierto, lo más recomendable es acabar la sinfonía lo más rápidamente posible.
Ayer, tras ejecutar esta primera pieza, un allegro ma non troppo, porque estaba solo, me fui al catre para que la media de Remelluri actuara convenientemente sobre mi sistema arterial, abriendo las venas y permitiendo una circulación generosa del riego sanguíneo, lo cual beneficia a un hipertenso tirando para delgadito como en realidad sono io. Cuando desperté, no sólo el dinosaurio seguia estando allí, sino que la asistenta había terminado la fugaz faena del giorno y se había largado con viento fresco (hacía una jartá de frío). Estuve enredando y luego viendo una peli (Cazador blanco, corazón negro) basada en la novela "La reina de África", en la que Peter Viertel, recientemente desaparecido, relata su experiencia con John Houston en el rodaje de aquella mítica película. No la había visto y tenía interés en verla, pues a Viertel lo conocí en un festival de cine en Torremolinos, cuando vivía allí con Deborah Kerr, su mujer. Incluso estuvimos invitados en la misma fiesta del año nuevo de 1992, donde también estaban Berlanga, Nakachian y su mujer, una cantante de ópera o algo así que se llamaba Kimera, y su niña, una preciosidad que había sufrido un secuestro años antes y que se dedicó aquella noche, la de la fiesta de Año Nuevo, a desplumar inmisericordemente a sus guardaespaldas jugando al póker en un discreto rincón del enorme salón donde los demás nos dedicábamos a castigarnos el hígado, sobre todo la entonces señora de John Carradine, el que hizo aquella serie de Kung Fu, y luego esas maravillas que son los volúmenes, como las enciclopedias, de Kill Bill de Tarantino. Por cierto que el Carradine estuvo espléndido, de generoso, toda la noche, al igual que el anfitrión de todo aquello que fue nuestro inolvidable amigo Luis Mamerto López Tapia, también recientemente desaparecido, como Carradine, como Viertel y nosotros de momento, no. Pero todo se andará.
En fin, que me fui a dormir la siesta y cuando volví, la asistenta ya se había marchado y yo me puse a escribir un rato. Luego vi la película que me ha entretenido ahora (pero me ha servido para daros envidia con la vida que in illo tempore gozé -ahora no es que me queje demasiado, que me riñen) y no me ha dejado terminar la historia. Que tampoco es para tanto, pero enlaza con el principio y por eso tiene gracia este breve ejercicio literario. El caso es que después de la película me dije a mi mismo, en pensamientos para no gastar saliva, porque total, estoy solo y yo me escucho con solo pensarme un momento, que una ensalada de jamón y unas madalenitas de chocolate - muffins de chocolate y nueces, que tengo la receta por ahí - podrían ser una buena alternativa a mi soledad, ay mi soledad. Y en efeto (no es una errata, es castellano antiguo y chistosamente macarrónico a un tiempo), me dirigí a la despensa, saqué un par de madalenas y luego abrí la nevera, éxtraje de sus iluminadas entrañas en tetrabrik de leche semidesnatada de la Cooperativa del Valle de los Pedroches (Covap para los amigos), un batolito granítico en plena morenez serrana (provincia de Córdoba) y a continuaçao dirigí mis pasos al jamón... y héteme aquí que tras descubrir el paño blanco de hilo de algodón basto que lo recubría, comprobé como a la asistenta que ahora tengo, ni a ella ni a nadie en su casa, les gusta el jamón. Hasta ahí podríamos llegar. E agora estoy qui (pronúnciese cuí) reparándolo, estableciendo su equilibrio horizontal en el corte, aislando el hueso y elaborándome para cenar, con esos recortes que estoy extrayendo del nuevo perfilado, una estupenda
Ensalada de escarola con jamón (mismo).- Se lava, corta y tiene en remojo de agua fría con medio limón exprimido, un trozo de escarola. A la media hora más o menos, para qué más, se pasa la escarola por la centrifugadora o, en el caso de que no la tengamos, la cogemos con las manos y la escurrimos con bruscos y enérgicos movimientos sobre el fregadero. En un plato de esos grandotes, ponemos rodajas de tomate cortadas muy finas alrededor, y en el medio se pone la escarola, ya limpia, secada y cortada pero no demasiado, que podamos jugar con el tenedor enredándonos en su terso verdor que vira al blanco, el muy mamón. Ponemos sal, no fina, que esa sal no sé para qué coño sirve además de para estorbar en la cocina. Mejor sal en escamas, y si son espuma de las salinas de Portugal, pues mejor y además mucho más barata, dónde va a parar, que la modernez esa de la sal Maldón o no sé cómo se llama, que las veo en los estantes del cortinglés y les digo siempre lo mismo, tequieiya, cojoné, un talego una mijita de sá. Y la dejo dónde estaba. Pues bien, se rocía la escarola y el tomate laminado con unas gotas, sólo unas gotas, de vinagre (D.O. Condado de Huelva, por supuesto) y por encima se disponen los recortitos, recortaos pero bien laminaos, del jamón que estamos intentando arreglar después de la tajá que alguién, no se sabe quién con exactitud, ha perpetrado en sus finas y hermosísimas líneas. Al momento de servir se ilumina semejante bendición con un hilo de aceite puro de oliva, virgen extra, como es natural. En el centro y en to lo alto, se coloca una aceituna negra. Deshuesada, por supuesto. A cómo qué sí que tiene buena pinta aunque no le haya hecho una foto. Pues hacedla, hijos míos de mi alma. Condiós.

martes, 5 de enero de 2010

Un piolet para la cuesta



Eso es lo que le he pedido a los Reyes Magos, un piolet para atacar la cuesta de enero con un mínimo de garantías. Sepan vuesas mercedes que hubo otro tiempo en que con una buena bici me las apañaba. Siempre fui un buen grimpeur y eficaz estratega en el cambio de piñón, pero lo de este año no se solventa con pedales, sino con un buen cordaje, clavos, máscara de oxígeno y eso, un piolet para atacar el K2 en que han convertido la en otros tiempos cuesta de enero.

Así que mi sobrina me pide que le de recetas baratitas. Y yo encantado, claro está. Procedo a hacerle una foto a lo que hoy día de Reyes y para espanto de mis queridos y adorables hijos, tengo para comer: ajo gañán. Y además sin pan, que engorda. Que no hay nada peor y más chocante que no tener un duro y estar gordo. Desde luego los ricos, como estamos más guapos es moderadamente delgaditos, sin exagerar, sobre todo cuando atravesamos unas décadas complicadas en lo que a la cuenta corriente se refiere, claro está, pero eso es problema de los bancos, así que vayamos con nuestro ajo gañán que tanto ha horrorizado a los niños, que yo había terminado de comer y ellos estaban aún atrincherados detrás del sofá armados de tenedores y con la fuente de la ensalada a modo de escudo.

Receta de ajo gañán con una mijita de chorizo.- Se toma un chorizo fresco (en realidad todos los chorizos son unos frescos), que no sea ni picante ni nada raro, sino chorizo y ya está, y se cortan rodajas gruesas según el número de comensales. Se echan en un cacito con un poco de agua y se les da un hervor para extraerles algo de la sobrada grasa que acumulan. A continuación y en una olla más capaz, se pone el chorizo previamente hervido (que eso habría que hacer con más de uno y más de dos), dos patatas cortadas en rodajas gruesas y un pimiento rojo o verde, da igual, el que tengamos, pero si es de los de asar, con la mitad sobrará. Se cubre todo de agua y se deja cocer unos diez minutos más o menos. Aparte se majan dos dientes de ajo con un poco de sal, comino, perejil y el pimiento verde o rojo que hayamos utilizado en la cocción anterior. Y tralarí, tralará, ya está. Se echa el majado en la olla de las patatas y el chorizo, para dar un hervor hasta que las patatas estén tiernas y el agua se haya consumido. No está nada mal añadir algo de pimentón, yo lo hice en el de la foto. Se sirve bien calentito y recién hecho, pues admite muy mal el recalentao.

Post escriptum: el menda a partir de ahora escribirá menos porque está escribiendo cuentos para su próxima publicación, que tiene que estar lista para mediados de abril, y no es cuestión de estar todo el santo día delante del ordenador de los cojones. Abrazos per tutti.