domingo, 26 de diciembre de 2010

El cochinillo que reía feliz

El cochinillo tenía la sonrisa idiota de quienes no tienen ni idea de su futuro, quiere decirse una mueca de felicidad sobre su inerte rostro. Alrededor, dos jovencitos adolescentes y una señorita que ya no lo es, por muy requeteguapa que sea, se compadecían del pobre cerdito feliz.
- Pero cómo nos vamos a comer esto, pero si está sonriendo -. Decían los unos.
- A mí me haces una tortilla francesa, que por lo menos no veo al pollito sonreir -. Decía la otra metiendo más leña al fuego.
Y el cochinillo allí, en mitad de la mesa después de una hora y cuarto mimándolo en el horno, untándolo con manteca de ibérico y con el solo añadido de un cacharrito de barro con agua y sal. Me armé de valor y quise acabar con tanta idiocia cercenando al animal con un plato, como cuando Cándido lo hacía ante las cámaras del nodo exornada la pechera con el toison de oro o algo parecido y el cabezón de semejante adalid del Régimen (del de antes) coronado por un gorro más alto que la luna. Pero ni descuartizado el cochinillo dejó de sonreír, así que en un intento último y desesperado de acabar con aquél círculo tan ridículo me serví justamente la cabeza.
- Pero te vas a comer las orejitas...!?
- Jo, pues a ver, no os podéis ni imaginar lo buenas que están.
- Y la sonrisa... Aaaaarg, la sonrisa también.
- También está muy buena, sí señor. Y no se llama exactamente sonrisa, sino morros. Así que así me la voy a comer, por el morro.
De la cólera pasaron al asco cuando mojé pan en los derramados sesitos del cerdito feliz. Pero yo como si estuviera en otro mundo (en realidad, lo estoy, aunque pocos lo sepan). Y allí seguía, metiéndole el diente al ya más seriecito cochinillo cuya sonrisa yacía en mi agradecido estómago.
- Échame otro vinito corazón mío... y mira, esto es la lengua, ves. Se come también. Y se paladea, con la lengua y con el paladar. Lengua con lengua. Esto es como la pornografía, pero con más sensaciones y emociones. Follando te cansas, te corres y ya está, pero aquí terminas dulcemente dormido, envuelto tu sueño en estos trocillos de cielo, porque en el Cielo el menú debe tener seguro estas gelatinas envueltas en semejante piel crocante y dorada. Espero que el día que me muera, me acuerde de pedirme el Cielo. Aunque si no tienen cochinillo asado , seguro que el Demonio lo tiene más abajo, en sus fogones y a lo mejor me dejan bajar de vez en cuando a Casa Botero...
Mientras yo realizaba tan sabias deducciones y elevaba al caldeado ambiente tan sesudos pensamientos, los adolescentes y la ya no tan adolescente, fueron sirviéndose en los platos entremeses y otros divertimentos cárnicos y marinos que adornaban el mantelito tapando de camino esas manchitas de vino tinto que tanto cuestan limpiar. Se fueron al comedor grande y me dejaron allí, con Haendel, que por entonces andaba ya por el "Glory to God in the Higuest", de modo y manera que el duetto " He shall feed his flock'ike a shepherd" ya lo escuché solo, terminándome la cabeza y metiéndole el trinchador a un jamoncito que parecía salido del lápiz de Turner, por lo menos.
Con el resto, no pude. Un cochinillo para uno solo es cosa de héroes, y servidor no es un héroe, sino una persona bastante normal, que sabe aprovechar las sobras.
Terrina de cerdo.- Es como la cabeza de cerdo, pero la cabeza me la comí, así que tiene de todo menos cabeza.
Se toman restos de un cochinillo asado, por ejemplo, o la carne que se quiera y que haya sobrado por cualquier otro motivo. Se limpia de huesos y se corta groseramente con un cuchillo bien afilado. Se baten tres huevos y se añaden a la carne y a la dorada corteza ya desmenuzadas. Ponemos sal, pimienta y nuez moscada, a gusto de cada cual. Derretimos en un vasito manteca blanca de cerdo (en el microondas un momentito, casi nada) y se añade al lío que estamos formando. Terminamos con un chorreón generoso de generoso, el oloroso seco nos vendrá que ni pintado, pero los más atrevidos y no tan serios como yo, podrán echar un vasito pequeño de Pedro Ximénez. Mezclamos todo con las manos, que para eso las tenemos, y buscamos la textura ideal con un poco de pan rallado. En un molde alargado y engrasadas sus paredes con manteca de cerdo, introducimos la mezcla y la metemos al horno, a 180ºC más o menos, creo que lo puse. Miramos de vez en cuando y en el momento que huela a hecho (a mí por lo menos las cosas me huelen distintas -mejor- cuando ya están en su punto) o que comprobemos con la agujita de hacer punto que está en su punto, lo sacamos del horno y lo dejamos enfríar tranquilamente.
Este que veis retratado supra, lo hice hace tres días. Estuvo olvidado en el frigorífico y hoy que tengo invitados a disfrutar con un puchero de garbanzos con tos los avíos, lo he desmoldado y lo voy a poner de entrante. Esto y un par de ensaladitas, una de zanahorias, arándanos y gajos de mandarina, y otra a la que le he puesto muchas cosas y no me voy ahora a parar a explicar cómo la he hecho. Bueno, troncos, hasta otra, que tengo que poner la mesa. Abur.

2 comentarios:

No cogé ventaja, ¡miarma! dijo...

Con menos detalles de guión se hizo una película "La grande bouffet" o algo así se llamaba; Picolí, Mastroianni y otros que no recurdo fueron los actores.
Jamás olvidaré como eructaban y se peían despues de las comidas, espero que no te pasara igual despues de tu cochinillo.
Un abrazo

X dijo...

No tienes corazón, pero estómago un rato, jaja. ¡Feliz Navidad!