domingo, 24 de febrero de 2008

Magdalenas y bizcochos con Proust

Me pregunta Mario que cual es mi magdalena de Proust. Le respondo que todas y ninguna, que todo el día estoy evocando lo que deseo y al tiempo estoy encontrando lo que evocar en un futuro, que la vida para mí es lineal, atrevida y disparatada. Sin Proust.
Mario me insiste. Y yo también, pero cedo algo: mi infancia la encuentro en todos lados porque en realidad no la he abandonado. Me ocurre lo mismo que a la higuera que acabo de ver salir en una escombrera de un edificio en construcción. Derribaron una casa cercana a la mía, y en el solar vacío están edificando un bloque de viviendas. En la escombrera frontera al edificio que ha llegado ya a sus ocho alturas, ha brotado una higuera con brotes brillantes y plenos de vida, después de estas lluvias de los últimos días. A su lado, una hormigonera, un transformador desvencijado y trozos de ladrillo, restos de mezcla, cubos de pintura vacíos, cables, un guante roto... El verdor de la higuera es absolutamente insultante, pero su pugna por no abandonar el huerto que aquello fue, es más atrevido aún. En esos huertos estuvo mi niñez, como hoy está aquí, en esta contemplación de la vida, en este observar detenidamente como aquel grupito de casas en las que vivíamos prácticamente en mitad del campo, en los huertos que fueron lo que hoy es principal avenida de Huelva, la de Andalucía a la altura de las Adoratrices, donde estaba el convento que hoy ocupa una moderna superficie comercial, se ha convertido en un barrio populoso, pleno de bloques de viviendas y con todos los servicios propios de una moderna ciudad. La higuera no me evoca la niñez, pues esta sigue estando hoy absorta en cómo crece y se transforma el barrio, la ciudad. En todo caso, la miro y le susurro a su obsceno verdor: "qué poco te queda compañera, tanto esfuerzo para nada. Mañana estarás cubierta de asfalto, o de granito gris de Quintana. Mañana un semáforo estará en tu lugar, o un quiosco de la ONCE, o un banco para los que nos tengamos pronto que sentar a ver pasar la vida, acariciado el lomo por el agradecido sol de otoño". Cuando llegué a casa me puse a hacer un bizcocho. Después me llamó Mario por teléfono, para hacerme una entrevista. Mario es compañero en El Mundo - Huelva Noticias y además trabaja para una revista digital, donde aparecerá una entrevista con este blog, y el otro que tengo, de fondo. Él me preguntaba sobre magdalenas mientras el bizcocho en el horno, se pasaba de tiempo. Y la medida del tiempo es una de las claves para hacer un bizcocho esponjoso, aromático y apetecible. No se quemó, pero no salió con la textura buscada, con esa esponjosidad impresionante y ese leve pero embriagador aroma a limón que tenía el que hace poco nos regaló la madre de Rafa el de Trigueros, una auténtica bendición del cielo. Cuando nos terminemos este que al poco de sacar del horno y en cuanto se enfrió ha empezado a convertirse en pequeñas migas sobre el plato cada vez más vacío, volveré a hacer otro
Bizcocho.- Seis huevos que pesaremos para pesar la misma cantidad de azúcar y la mitad de harina. Separamos las claras de las yemas. Las yemas las batimos con el azúcar ayudándonos de la varilla de batir. Cuando esté bien integrada, le añadimos la harina, un sobrecito de levadura y la ralladura de un limón. Volvemos a mezclar con una cuchara de madera hasta que esté todo bien integrado y la masa quede homogénea.
Con la ayuda de una batidora eléctrica y a baja velocidad, batimos las claras con un movimiento del brazo hacia arriba y hacia abajo, es decir introduciendo aire para que las claras se pongan a punto de nieve. Entonces añadimos las claras a punto de nieve, poco a poco, a la masa anterior y de nuevo con la cuchara de madera procuramos que nos quede una masa bien uniforme.
Ponemos el horno a 150º e introducimos el molde, mejor de los que tienen orificio central, con la masa. A los tres cuartos de hora, más o menos, miramos como va el asunto y ya estamos atentos al momento preciso en que pinchemos el bizcocho con una aguja de hacer punto y salga perfectamente limpia (además se nota en la resistencia al pinchar). Ya está. La cosa está en esperar el momento exacto, quiere decirse que el bizcocho esté hecho en su interior, pero que no se hay pasado ni un minuto de cocción, pues ya empezará a adoptar otra textura menos esponjosa. Recuerden que la aguja debe salir completamente limpia. Con el tiempo, le irán cogiendo el punto. Ale, a disfrutar.

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