miércoles, 31 de marzo de 2010

Torrijas: no tan fácil y tampoco tan complicado



Hay una panadería cerca de mi barrio y dentro de ella un panadero con muy malas pulgas. Hace unos dulces que no sé cómo se atreve a ponerlos en la estantería, y en el escaparate exhibe esas abominables tartas que reproducen en su superficie el bosquecito donde vivía Blancanieves con sus enanitos, la muy golfa, o un campo de fútbol en el que un reconocible Messi - por la estatura - nunca termina de chutar a puerta.

El pan que hace para las torrijas tiene una curiosa particularidad. Si lo mojas demasiado tiempo en la leche, o en el vino, o en ambas cosas, como hago yo, se deshacen por su parte exterior, pero si las sumerges poco tiempo se quedan más duras que un cuerno por su interior. Pero en mi barrio hay un Maradona, Mercadona, o cómo ustedes le quieran llamar: uno de esos supermercados de barrio que se han extendido como la espuma por toda España y que tienen la particularidad de ofrecer precios bajos para una calidad aceptable y, a veces, muy aceptable. El pan de torrijas es desde luego inmejorable, y además la cajera no amenaza con morderte cuando vas a pagar, sino que te da las buenas tardes o los buenos días, según.

Cuento esto porque el pan, para hacer torrijas, es obviamente fundamental. Lo ideal es que te de juego para lograr que las torrijas queden suaves en su interior, con una textura similar a la de la leche frita, para que me entiendan. Este pan del Mercadona tiene casi dos centímetros de grosor, que se queda al final del proceso en la mitad. Acepta la leche y el vino con obediencia, lográndose un bocado maravilloso. Pura Semana Santa, y no de Pasión, como veremos luego: al final.

Torrijas.- Mezclamos en un bol amplio leche y vino dulce del Condado, o de dónde quieran que sean ustedes si es que tienen vino en su comarca; pero el del Condado de Huelva no tiene, desgraciadamente buena distribución (los olorosos secos, los dulces y los PX, no están ni en las estanterías de los Mercadona del mismo Huelva, por ejemplo), de modo y manera que algunas obras de arte no llegan generosas a sus hogares de forma habitual. La proporción la dejo a vuestra manera de ver, pero la que yo hago es de una parte de vino y cuatro de leche. En otro bol batimos unos huevos con una pizca de sal. E agora procedemos a ir mojando, o esponjando más bien, el pan en la leche con el vino primero, hasta que el líquido haya alcanzado su interior. Dejamos escurrir un segundo tan sólo, y pasamos por el huevo batido. De ahí, a la sartén, que deberá ser muy amplia para no estar toda la mañana friendo torrijas. La temperatura del aceite, caliente, pero sin que se arrebate la torrija al echarla en él.

Una vez fritas todas las torrijas, terminamos con el enmelado. A mí, particularmente, me gusta mezclar miel con un poco de agua, ponerla al fuego y luego, cuando está bien ligada el agua con la miel, sin que llegue a hervir, apagar el fuego, esperar a que se entibie un poco, e ir pasando las torrijas, vuelta y vuelta por la miel. En fin, esto es a gusto de cada cual, pues a alguno le gustará que estén muy dulces y a otros no tanto.

Recuerdo que en un restorán de estos matracas que intentan ser muy modernos, me ofrecieron de postre, para culminar una comida patética, unas torrijas. Ahí ya no pude más y le dije al dueño, que estuvo toda la comida además dándome la tabarra: "Illo, esto no son torrijas, esto es un dulce que a saber cómo lo habéis hecho, pero no llaméis torrijas a esta masa azucarada hasta decir basta, a este empaste empalagoso, pringoso e innombrable. Llamadle cómo os salga de los cojones, pero torrijas, no. Es una falta de respeto, no a la gastronomía bien entendida, sino a esta Semana Santa que vosotros estáis convirtiendo en Semana de Pasión. Recordad que el Señor, en su infinita paciencia, ya dio su vida por nosotros, redimiéndonos y librándonos del mal amén". Dicho lo cual, me levanté, no pagué por si las moscas les daba por cobrarme encima, y no volví a aparecer por allí. El hombre, el dueño, cuándo me ve por la calle, me saluda muy educadamente. Creo que el cocinero que tenía por aquél entonces, oficia ahora en una residencia de ancianos, probablemente pagado por Zapatero para aligerar la nómina de pensionistas de la Seguridad Social. Bueno, os dejo. Hasta luego.

2 comentarios:

No cogé ventaja, ¡miarma! dijo...

Rosi, mi mujer, ha hecho este año unas torrijas de alta categoría.
Ha usado el pan de Mercadona y un vino PX que costó 3€ la botella, es decir, nada del otro mundo; están altitas de vino como a mi me gustan y la miel muy poco diluida.
Hoy le decimos torrija a todo y no, hijo no, la torrija puede ser un dulce glorioso o una guarrería muy cara e insípida.
Un abrazo

X dijo...

Yo con miel no las he comido nunca, que eso siempre pasa, pero es que es la primera noticia que tengo, que ya es más raro. Igual es cosa regional o vayustéasaber, pero en mi casa, azúcar y canela. Recuerdo como excelentes (o excelente, porque una costaba seiscientas pesetas) las de la cafetería de El Corte Inglés, aunque haya de remontarme quince o veinte años atrás.