El otro día se encajó en el Instituto con docena y media de huevos de sus gallinas. Un lujo. Algo distinto de lo que supone comer, como comemos habitualmente, huevos de gallinas que viven y mueren en el mismo lugar, encajonadas, con un foco que las engaña haciéndolas creer que es de día cuando es de noche, con el único fin de que pongan y pongan sin parar huevos que luego te saltan en la sartén. Ya sé que se pueden encontrar huevos con mayores garantías, pero tampoco está uno para ir buscando huevos todo el día. Aquí servidor va al súper y compra los que hay mayormente, aunque eso sí, cuando tiene oportunidad, los compra más caros y al menos de gallinas que viven en el suelo, y no en un cajoncito iluminado por un foco. Qué cosa más triste. Menos mal que uno no pertenece a esas religiones que hay por ahí y que van pregonando lo de la reencarnación, por que ya me dirán ustedes vivir con la posibilidad, aunque sea remota posibilidad, de que la palmas y te conviertes en gallina ponedora de estas que no salen del cajoncillo ese de las narices. Qué horror. Claustrofóbico perdido. En fin, a lo que vamos, que Juan José me trae docena y media de huevos de sus gallinas, que están sueltas por el huerto, comiendo lo que les echa mi compañero de curro y lo que ellas solitas se buscan por ahí, que si una raicilla de no sé qué, que si un gusano para el coleto, que si un caracol que andaba (despacio) despistado, que si las cáscaras del melón que se comió antier mi colega con su family... En fin, gallinas como Dios y la Santa Madre Iglesia mandan. Pues de esos.
Uno, que es más cumplio que un portugués, lo primero que hace es una tarta de frutas (se puede buscar en este blog, allá por el mes de abril del año pasado, creo) y se la lleva al Instituto para que el personal tenga un recreo más dulce de lo habitual, que ya lo son de por sí: no hay má que ver a los niños sueltos en el patio pegándose empujones ("maestroooo, que la Vane m'arrempujao"), poniéndose la zancadilla ("maestroooooo, quel Samué ma puesto el ganchopié), pegándose chicles en el pelo ("maestroooo, mira éste, que ma pegao un chicle en el pelo")... o con sus no menos dulces dudas existenciales: "maestroooooo, ¿si t'hago la recuperación maprueba?" y tú mostrando la paciencia de Job elevada al cubo: "hombre, Juan María, con un uno y medio que me sacó usted en el primer examen y teniendo en cuenta que en el segundo mejoró sus resultados y sacó un dos y medio, tengo que reconocer que si me saca un tres en la recuperación, le pondré notable o sobresaliente, eso no se lo puedo asegurar, pero por ahí, por ahí..." Pues todo esto con tarta de frutas, con sus fresas y sus cerezas, con sus naranjas y su platanito enhiesto en todo el medio, se deja llevar. Pero no quedó en la tarta de frutas la docena y media de huevos de don Juan José. Después de eso y ya en el keli, aquí el menda se manducó unos
Huevos fritos con cebolla.- Que no tienen ninguna complicación si se sabe respetar lo que buscamos, y lo que buscamos es que la cebolla (fresca por supuesto, cebolletas quiero decir) quede enterita y no pochada, para lo cual pondremos en una sartén un par de cebolletas cortadas groseras (no tanto como la Jessi, que se ha tatuao una teta a sus trece añitos y está la mar de contenta, pero más o menos) y se ponen a refreír en muy poquito aceite para que luego no queden pesadas. Medio minuto a fuego medio y tres o cuatro vueltas con el cucharón de madera y se cascan dos huevos encima de las cebollas. Se pone un poquito de sal y si apetece un poco de pimienta y se acabó. Se tapa la sartén y se espera a que los huevos se cuajen pero que queden con algo de yemita para mojar. Ya está, así de simple y así de maravilloso. Después no te vayas a ir a la discoteca si no es con una friega dental concienzuda.
Pero todavía quedan huevos, así que te puedes permitir el lujo de hacerte un auténtico
Flan de huevo.- Se baten cuatro huevos y si son de las pollitas jóvenes de Juan José, pues cinco, con doscientos gramos de azúcar. Se calienta una mijita medio litro de leche en el microwaves, que es como si dijéramos microhuevos pero en inglés, es decir, sin la e: microhuevs. Bueno, que se pone tibia la leche, el medio litro de leche, y se une a los huevos batidos con el azúcar. Todo esto se pone a calentar en un cazo y será menester simplemente darle un calentón. Se tendrán dispuestas flaneras individuales en las que hemos quemado un poquito de azúcar y se vuelca la mezcla cuando haya enfríado dos o tres minutos para que al azúcar que hemos quemado le dé tiempo a enfríarse también y no se arrebate al volcarle la mezcla de leche, azúcar y huevos. Ea, pues ya está. Se dejan enfríar y luego se meten en el frigorífico. Cuando están bien fríos salen solos ayudándolos un poquito por un lateral. Se vuelcan en un plato y se come tan ricamente.
Ya sé que no tienen mérito alguno estas recetas, pero qué quieren que les diga. Uno es así, sencillo y natural como la vida misma. Son recetas simples a más no poder, pero qué ricos que estaban los huevos fritos con cebolla y qué auténticos estaban los flanes de huevo, de los huevos de don Juan José.
2 comentarios:
Dice el refrán que es de bien nacío el ser agradecío, y no me cabe la más mínima duda de que su señora madre debió parirlo a usté con la más absoluta perfección,...¡así da gusto tener detalles con los colegas!
De la exquisitez de la tarta de frutas puedo dar fe porque la caté, y de su espectacularidad puede darlo esta foto que adjunto y que tomé, dicho sea de paso, sin su permiso -espero que no tengamos jaleo con el lío del copirrai, ¿no?.
http://img125.imageshack.us/img125/1832/tartafrutas.jpg
Gracias Bernardo, amigo.
Siempre recordaré una cosa de mis abuelos que cuando era pequeña me llamaba la atención. Siempre que comían huevo frito le echaban un chorreón de vinagre y ahora que caigo en la cuenta yo nunca los probé, así que tendré que animarme un día.
Un beso Bernardo.
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